Decidido a capturar
la belleza Carlos Mejía Cáceres discute con el dolor, le da batalla a las
injusticias que aquejan al hombre. Cuestiona,
acecha la soledad; se detiene en el amor. Escribe aferrado a la búsqueda
constante, a la reflexión. De palabra al verso, del verso a la vida. Se puede
cambiar el mundo; está convencido.
Es
el tercer libro del escritor y poeta, Carlos Mejía Cáceres, titulado
“Fugacidades”. En sus páginas se descubre un constante compromiso con el ser
humano, con todos los aspectos que
involucran la existencia. Es dueño de una enorme sensibilidad cuando le escribe
a los ancianos, a los niños, a los vendedores que andan mudos y casi invisibles
por las calles. Son los que nadie mira y a los que el poeta rescata como advirtiendo
que existen y que seguramente nos necesitan.
Carlos
Mejía es actualmente profesor de literatura y vive en San Juan de Lurigancho. Conoce
bien la realidad y la dureza en el día a día que enfrentan sus habitantes. Escribe
desde que era un niño. De muy joven trabajó en diversos oficios que van desde
la mecánica -donde aprovechaba escribir
poemas sobre servilletas cuando la inspiración lo asaltaba, a pesar de tener
las manos manchadas de grasa-. Alguna
vez hizo taxi, es un hombre que se forjó a punta
de estudio y perseverancia, por eso que es capaz de reconocer cada rincón del
alma humana que sufre o canta a su alrededor.
“Quién pudiera
detenerse/y regalarte una sonrisa / (…) / Nadie sabe cuánto sufres al bullicio/
nadie observa tus deditos/ agitados y confusos/ que no entienden de rutinas/./ ¿Acaso temes que nadie te acaricie?/ ¿acaso
dudas del afecto de quien te ama?” Extracto de Amarguras infantiles, una composición que descubre la soledad de un
menor.
Existe
una carga social muy marcada en ese misterioso mandato interior del cual el
poeta no puede ni quiere escapar. Como decía Miguel Gutiérrez: nada ni nadie
obliga a escribir, pero es la literatura que se impone como una necesidad. En
esa literatura están alojadas las interrogantes sobre la vida y la muerte, el
desencanto de un dios -tal vez su propio desencanto- sobre las desigualdades
sociales que oprimen el corazón del prójimo, de los más vulnerables.
Lo
mismo ocurre con Recolector: “Manta
andina ya vetusta/ lento andar de encorvado itinerario/ no distingue a quien lo
mira/ solo busca en el suelo/ los residuos del frívolo comercio. / / El
sombrero no lo abriga/ ni protege del calor del mediodía/ niños y nodrizas lo
contemplan habituados/ como el árbol de la esquina/ como el auto en el asfalto/
como el traje que camina.”
“Me puedo enamorar del cielo, del paisaje…”
Emoción,
sensibilidad, sueños, ternura, frenesí, pasión, son muchos de los componentes con el
que Carlos Mejía construye sus poemas. A
través de ella es capaz de establecer armonía
con la naturaleza, con los animales. Se
siente un hermano del monte, un confidente del río que corre y de los manantiales, critica el mal uso de la
tierra, y razón no le falta en estos tiempos actuales donde la propiedad se
vuelve voraz e indiscriminada.
-Me puedo enamorar del cielo, del paisaje…
-declara-.
Mejía
Cáceres confía en la poesía porque a
través de ella Vallejo nos enseñó a ser más humanos, a través de la literatura
Borges nos sorprendió con la maravillosa memoria de Funes, y con él nos gustó
más la lectura. Es cierto que el poema
va al corazón del hombre, puede denunciar injusticias, puede compartir un beso,
como Neruda escribir los versos más tristes, pero también es cierto que puede
conmover el corazón más duro, canalizar sentimientos, encontrarnos con nosotros
mismos.
Nokanchi Kanchu y las
caravanas literarias
A
través del Movimiento Literario Nokanchi Kanchu, de San Juan de Lurigancho, liderado
por el vate, Carlos Villa, y acompañado de un gran número de intelectuales del
distrito, entre ellos Ana Chuiquimango,
Ele Vrihodiró, Juan Carlos Duran, Claver Narro Culque, y el mismo Carlos
Mejía -quienes han editado su primer
libro de poemas titulado Colgando Poesía- no se conforman con escribir.
Todos
han decidido apostar por la difusión de la literatura a través de caravanas
literarias que llegan a colegios, actividades protocolares, aniversarios, a
todos los rincones del distrito con un único fin: leer poesía. Al fin y al cabo
la labor es como el poema, una imperecedera inspiración:
“Podría
exhalar el aliento/ de un verso y jamás terminar/. / Siempre hay destellos/ de
mágico aspecto/ sutiles encantos/ en limpias pupilas;/ siempre hay vivencias/
fugaces y eternas/ nostalgias perdidas/en cielos grisáceos/ siempre hay
caminos/ trazados e inciertos/ frágiles pétalos/ fortalecidos en besos/ siempre
hay auroras radiantes y tenues/ aromas de tardes/ risueñas al llanto…/./ Podría
aspirar el efluvio de un sueño y jamás terminar.”
LC/EQM